Berta Ponce: "Lo primero que necesita un niño que se siente mal emocionalmente (...) es un adulto disponible, un adulto que reconozca como se puede sentir, que ponga nombre a esa emoción y le ayude a regularse.
Últimamente oímos hablar muy a menudo de la importancia de la Inteligencia emocional, no solo en la infancia, sino también en los trabajos, las relaciones y en muchos ámbitos de la vida. Entrevistamos en exclusiva, a Berta Ponce, psicóloga sanitaria especialista en clínica y psicoterapia en Secoe.
Cuando oímos hablar de inteligencia, rápidamente pensamos en todo lo relacionado con lo académico (habilidades lingüísticas, matemáticas, etc.), pero ya hace años que este concepto se ha ampliado incluyendo lo emocional como una parte importante que puede ayudar a la persona a tener éxito en la vida. Los niños y adultos inteligentes emocionalmente se sienten mejor con ellos mismos y esto les ayudará en muchos ámbitos de su vida: desarrollan un mejor autocontrol y regulan mejor sus emociones. Esto les ayuda en las relaciones, en la resolución de conflictos, en los resultados académicos, etc. Daniel Goleman, psicólogo estadounidense que ha estudiado la inteligencia emocional de manera amplia, señala que la inteligencia emocional está integrada principalmente por tres aspectos: Autoconocimiento emocional, regulación emocional y modulación de la expresión emocional; es decir, conocer nuestros propios sentimientos y cómo nos influyen, poder reflexionar sobre ellos y adecuar la expresión de nuestras emociones al entorno.
Las emociones son alteraciones de nuestro cuerpo y son provocadas por los acontecimientos de nuestro día a día, por los recuerdos o por pensamientos que tenemos en un momento dado. La emoción vendrá acompañada de un estado de ánimo que provocará en nosotros un sentimiento. Las emociones ocurren de pronto, si por ejemplo nos dan una buena noticia aparecerá la alegría. Los sentimientos duran más tiempo, si la alegría nos dura en el tiempo nos sentiremos felices.
Lo primero que necesita un niño que se siente mal emocionalmente (y aquí entrarían muchas emociones: tristeza, rabia, miedo, vergüenza, inseguridad, aburrimiento…) es un adulto disponible, un adulto que reconozca como se puede sentir, que ponga nombre a esa emoción y le ayude a regularse. Como cualquier aprendizaje, poder escuchar cómo nos sentimos, como nos afecta eso a nuestro cuerpo, que pensamos sobre ello y ponerle nombre, es algo que requiere tiempo y mucha práctica. Y sobre todo requiere de adultos que enseñen todas estas habilidades. No podemos olvidarnos que el ambiente cultural y social del que venimos nos invita a no mostrar ciertas emociones, pero regular las emociones no tiene nada que ver con reprimirlas (ocultarlas, no mostrarlas). Regular las emociones es tener la capacidad de dar un espacio a lo que estamos sintiendo sin que nos desborde y teniendo la habilidad de expresar lo que sentimos por dentro.
Los seres humanos no nacemos con la capacidad de regular nuestras emociones. Serán nuestros padres, las primeras personas con las que nos vinculamos, de las que vayamos aprendiendo a regularnos emocionalmente. El ejemplo que reciba el niño a través de su familia tendrá una continuidad a la hora de incorporarse al colegio. La llegada al cole por primera vez supone un gran reto para el menor, ya que se tendrá que enfrentar a muchos desafíos a la vez: nuevas rutinas, nuevo lugar, personas que no ha visto nunca…. que supondrá la exigencia de ir desarrollando nuevas habilidades sociales. Debemos tener en cuenta que los niños en su infancia son como esponjas, que todas las experiencias y aprendizajes que adquieran influirán en su día a día y en su manera de actuar. Por ello, los adultos debemos ofrecerles un espacio donde, a través de la relación con ellos, aprendan a identificar las emociones y expresarlas de la mejor manera. También es importante que los padres entiendan sus propias emociones y reflexionen acerca de cómo actúan, piensan y sienten. Para poder ayudar a mis hijos en este proceso, primero tengo que poder hacerlo conmigo mismo.
Así es, tratarlas como algo que surge en nuestro interior y a lo que hay que dar un lugar: atenderlo, entenderlo y expresarlo. Esto hará que los menores se sientan a gusto, y puedan aceptar lo que sienten ellos mismos y los demás. Es importante también trasmitir al niño que no hay que eliminar las emociones desagradables (rabia, enfado, celos, miedo…) pero si adquirir recursos para reducir su intensidad y habilidades que les permitan enfrentarse poco a poco a ello. Si tratamos las emociones con naturalidad, los niños tendrán mayor facilidad a la hora de expresar lo que sienten, y esto supondrá una gran ventaja en varios aspectos como la resolución de conflictos, creación de relaciones satisfactorias, mayor empatía etc.
La infancia es una etapa de gran importancia, para que un niño pueda valorarse y sentirse seguro de sí mismo va a necesitar que sus cuidadores principales le trasmitan valoración, confianza y seguridad. Cuando un niño nace los padres se convertirán en sus pies (le desplazan), en su cabeza (le planifican todo lo necesario para la supervivencia) y en su estructura psicológica (definen sus sentimientos, reconocen sus emociones y le muestran diferentes respuestas); todo esto irá conformando su manera de actuar. Si alguien nos preguntara sobre algo que nos han trasmitido nuestros padres y que ha sido importante para nosotros en nuestra vida, seguramente señalaremos algo que hemos observado en su conducta, en su manera de sentir o de pensar de manera repetida. Esto nos habrá influido tanto de manera positiva como negativa, y es muy probable que nos encontremos actuando, sintiendo o pensando de forma muy similar ahora como adultos. Mirando a su padre y a su madre el niño irá sacando conclusiones de cómo funciona el mundo que le rodea y de quien es él. Todos los niños nacen ya con un temperamento que influirá en su carácter, aunque los padres no puedan intervenir sobre la herencia genética si podrán hacer mucho en cuanto a la relación que establezcan con su hijo. Este vínculo que se desarrollará entre ambos ayudará a moldear el desarrollo emocional del niño. La presencia de una persona (madre y/o padre) en la vida del niño capaz de mostrarse sensible, colaborador en la satisfacción de sus necesidades y empático, favorecerá la experimentación de sensaciones internas de calma y la creación de un esquema mental con respecto a si mismo y los demás seguro.
Cuando nos relacionamos con los demás, uno de los factores más importantes que se pone en juego es la autoestima: si confiamos en nosotros mismos, podremos intervenir en las actividades con otras personas sin miedo a sentirnos juzgados (“¿qué pensarán si hago esto o lo otro?”, “¿habré dicho algo fuera de lugar?”). Lo mismo pasa con niños y niñas: una base sólida de autoestima y confianza en sí mismos les facilitará intervenir en juegos y actividades con el resto de los compañeros, y poder disfrutar de ello. De niños construimos nuestra autoestima en base a cómo creemos que nos ven los demás. Nos vemos reflejados, como en un espejo, en lo que nos manifiestan quienes nos rodean y aprendemos a valorarnos en la medida en que nos sentimos valorados por ellos. Por eso la aceptación por parte de los padres y las personas significativas es una necesidad para el niño, ya que la necesita para construir y mantener su autoestima. La autoestima y las habilidades sociales están estrechamente unidas ya que aceptarse y valorarse a uno mismo es un requisito indispensable para relacionarse bien y a su vez mejorar las habilidades sociales y ser asertivo ayuda a fomentar nuestra autoestima independientemente de los resultados obtenidos en un momento dado o de la aprobación de los demás.